La nacionalización del cobre durante el gobierno de Salvador Allende fue una tarea monumental asumida por una generación de treintañeros que se enfrentó a impensados obstáculos y consecuencias: la huida de cientos de ingenieros de las minas y la escasez de profesionales calificados para reemplazarlos, el sabotaje de la ultraderecha, la politización de la administración minera, la falta de maquinaria y repuestos, persistentes paros promovidos por las directivas sindicales y una ácida campaña de desinformación y desprestigio por parte de la oposición y el conglomerado de El Mercurio.