Existen oraciones que Dios responde con un “no”, y duele. Queríamos esa puerta abierta, ese ascenso, esa relación o ese cambio. Sin embargo, el “no” del cielo no es castigo; con frecuencia es protección. El Señor Jesús ve esquinas que no vemos y tiempos que aún no entendemos. La madurez transforma la pregunta de “¿por qué no?” en “¿para qué sí?”. En otras palabras, ¿Qué carácter quiere formar Dios en mí? ¿Qué idolatría desea arrancar? ¿Qué dependencia sana busca cultivar? Para eso, practica tres pasos: rinde tu deseo con honestidad, agradece por lo que sí te ha sido dado y sirve fielmente donde estás.
Por otro lado, la gratitud no anestesia el anhelo; lo ordena. Somete tus decisiones a la comunidad de fe, porque la sabiduría compartida ilumina ángulos ciegos. Un “no” de Dios puede estar abriendo un “sí” mejor que todavía no se percibe. La esperanza cristiana no se amarra a escenarios; se aferra a un Señor bueno y soberano. Cuando la respuesta contradiga Su plan, elije confiar. Dios no niega para humillar; niega para salvar. La Biblia dice en Proverbios 3:5–6: “Fíate de Jehová de todo tu corazón… Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas”. (RV1960).