La ira mal gestionada destruye más que un enemigo externo. El Señor Jesús confrontó el corazón airado, porque de allí brotan palabras y actos que hieren. Por lo tanto, reconoce detonantes, nombra emociones y practica pausas santas antes de responder. Cambia la narrativa interior: no digas “me provocaron”, di: “soy responsable de mi reacción”.
La mansedumbre no excusa injusticias; las enfrenta con claridad y sin violencia. Por eso, busca reconciliación tan pronto como sea posible y pide perdón sin condicionales. El perdón no borra la memoria; cura el veneno que corroe. Además, alimenta el alma con la Palabra para que la ira no encuentre terreno fértil.
Confiesa diariamente lo que te desborda y permite que el Espíritu gobierne tus impulsos. Una comunidad que escucha y ora frena incendios emocionales. Los peores daños no suceden en la calle; suceden en la casa. Sé humilde para recibir corrección y valiente para pedir ayuda. Recuerda: Cristo camina contigo en cada estación de la vida. Comparte este ánimo con alguien que lo necesite cerca. La Biblia dice en Proverbios 16:32: “Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu que el que toma una ciudad”. (RV1960).