Una mujer en el Salvador cuidó durante más de treinta años a su hijo con parálisis cerebral. Día tras día, lo alimentaba, lo bañaba, lo vestía y lo abrazaba. Nunca salió en la televisión ni escribió un libro. Cuando se le preguntó cómo lo había logrado, respondió con serenidad: “Es que soy su mamá”.
Ese amor callado, persistente y sacrificial revela una imagen conmovedora del corazón de Dios. María, la madre terrenal de Jesús, no escribió epístolas ni predicó sermones, pero su fidelidad la llevó desde el pesebre hasta presenciar a Jesús en la cruz. Su presencia constante, sin protagonismo, sostuvo a Jesús en Sus primeros pasos y lo acompañó en Sus últimos momentos.
Por lo tanto, en este Día de la Madre, honra a esa mujer que quizás no te dijo muchas palabras, pero lo expresó todo con su entrega. Las madres enseñan con gestos, oran en lo secreto y luchan sin aplausos.
Así que si tu madre aún vive, agradece hoy, y si ya partió con el Señor, honra su memoria viviendo con el amor que ella sembró en ti. La Biblia dice en Proverbios 31:31: “Dadla del fruto de sus manos, y alábenla en las puertas sus hechos” (RV1960).