En un parque de la ciudad hay un banco con pintura gastada. Si hablara, contaría historias de reconciliaciones. Por ejemplo, padres que volvieron a intentarlo, amigos que se pidieron perdón, matrimonios que eligieron sanar, etc. No son historias de finales perfectos, sino comienzos humildes. Allí comprendemos que la gracia no niega el pasado, pero sí le quita el poder de dictaminar el futuro.
El Señor Jesús es experto en reescribir capítulos. Cuando fallamos, nuestra culpa grita “se acabó”, pero la voz de Dios susurra “empecemos de nuevo”. Por tanto, la vergüenza no es destino; es señal para volver a casa. Por ese motivo, la restauración requiere verdad (llamar pecado al pecado), arrepentimiento (cambiar de dirección) y comunidad (andar acompañados). Así que, la gracia no nos deja como estamos; nos levanta para caminar distinto.
Hoy quizá necesitas ese banco al confesar sin excusas, presentar tu herida al Señor y al buscar la ayuda concreta. Si has sido herido, ofrece la posibilidad real de un nuevo trato. No siempre significa volver a lo de antes, pero sí quitar la espina del rencor. De modo que, escribe con Dios una página nueva. Las misericordias del Señor no se agotan; se estrenan cada mañana sobre quienes se rinden a Él. La Biblia dice en Miqueas 7:18: “¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia” (RV1960).