Una sola palabra puede levantar o aplastar. Muchas personas recuerdan frases que las marcaron—para bien o para mal—durante años. Los discípulos del Señor Jesús estamos llamados a hablar vida. Antes de responder, haz una pausa y filtra tus palabras con las siguientes preguntas: ¿es verdadera?, ¿es necesaria?, ¿edifica? Si falta una, quizá no es el momento o no es la forma.
Recuerda que la verdad sin amor hiere y el amor sin verdad confunde. Hablar como Cristo integra ambas realidades. Practica el ministerio del ánimo. Identifica a dos personas y expresa con precisión qué ve de Dios en ellas. Evita generalidades y nombra evidencias concretas como: “Vi tu paciencia con tu hijo”, “admiro tu constancia al servir”. La precisión honra. Además, cuando corresponda confrontar, inicia reconociendo tu propia tendencia a fallar, pues esa postura ablanda el terreno y abre el oído.
El silencio, en ocasiones, se convierte en la respuesta más sabia. No es necesario opinar de todo; sí resulta imprescindible obedecer en todo. Por lo tanto, permite que el Espíritu sea el “editor” de tu boca para que el eco final sea de bendición. La Biblia dice en Proverbios 18:21: “La muerte y la vida están en poder de la lengua, y el que la ama comerá de sus frutos”. (RV1960).