En el año 2018, un joven en Argentina robó el bolso de una mujer mayor. Al huir, tropezó y fue capturado por vecinos. Lo que ocurrió después sorprendió a todos: la mujer robada se acercó, lo abrazó y le dijo: “Yo también me equivoqué muchas veces. Dios puede darte otra oportunidad”. Ella no presentó cargos. Días después, él regresó a pedir perdón y comenzó a asistir a la iglesia de la mujer. Cuando le preguntaron qué lo cambió, respondió: “Fue ese abrazo. Nunca nadie me trató así”.
De la misma manera, el Señor Jesús extendió Su gracia a personas rotas. No les gritó, no los rechazó. Les habló con ternura, con verdad, y con una segunda oportunidad. Al ladrón en la cruz, le dio el paraíso. A la mujer sorprendida en adulterio, le regaló perdón y futuro. La gracia no ignora el pecado, pero ofrece redención. Por lo tanto, cuando tú y yo decidimos actuar con esa misma compasión, participamos del milagro del cambio.
De modo que, si tienes la oportunidad de extender misericordia, hazlo. Tal vez ese gesto sencillo cambie un destino. La Biblia dice en Romanos 2:4: “¿O menosprecias las riquezas de su benignidad... ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?” (RV1960).