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En el año 2004, tras el devastador tsunami en Asia, rescatistas encontraron a un niño pequeño en la costa de Sri Lanka. Estaba solo, cubierto de lodo, pero ileso. Cuando lo alzaron, tenía las manos juntas en oración. Uno de los médicos dijo: “Estaba orando cuando lo hallamos. Lo primero que dijo fue: ‘¿Dios me escuchó?’”.

Sí. Dios escucha. Incluso el susurro más débil en medio del desastre llega a Su trono. El Señor Jesús escuchó el clamor de ciegos en multitudes, de madres angustiadas y de ladrones en la cruz. Él nunca está distraído. Su oído no está cerrado. Su corazón no está lejos.

La oración no necesita palabras perfectas, solo un corazón sincero. A veces no tienes fuerzas para hablar, pero puedes susurrar. A veces no sabes qué decir, pero puedes llorar y aun así, Dios responde. Por eso, si te sientes a la deriva, sin fuerzas, ni palabras, solo ora. Donde hay oración, hay esperanza. Y donde hay esperanza, hay vida.

La Biblia dice en Salmos 34:17: “Claman los justos, y Jehová oye, y los libra de todas sus angustias” (RV1960).