En el año 2005, el periódico The Nation de Malawi contó la historia del maestro Thomas Chirwa, quien, sin un edificio escolar, comenzó a dar clases bajo la sombra de un árbol enorme en su aldea. Con una pizarra portátil y unas pocas tizas, enseñaba lectura, matemáticas y pasajes bíblicos a niños que, de otra forma, no tendrían acceso a la educación.
Lo notable era su constancia: cada mañana, sin importar la estación, reunía a sus alumnos y empezaba la jornada con oración. Las lecciones no solo formaban mentes, sino también corazones.
Años más tarde, varios de esos niños se convirtieron en maestros, pastores y líderes comunitarios, y todos recordaban “la escuela bajo el árbol” como el lugar donde aprendieron que el conocimiento y la fe pueden crecer juntos.No siempre se necesita un aula perfecta para transformar vidas. Lo que se necesita es un corazón dispuesto y un mensaje que cambie destinos. Dios puede usar cualquier “árbol” de tu vida como aula para enseñar a otros. La Biblia dice en Proverbios 22:6: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (RV1960).