Una palabra a tiempo puede enderezar una jornada torcida. Por ejemplo, un maestro que anima, un amigo que ora, un hermano que escucha sin juzgar. No resuelven todos los problemas, pero abren ventanas donde antes solo había paredes. Detrás de ese gesto hay algo profundo: el Señor Jesús usando voces humanas para llevar Su consuelo.
Por lo tanto, toma el teléfono o escribe el mensaje que llevas posponiendo. Dile a esa persona: “Estoy orando por ti”, “cuentas conmigo”, o “¿cómo puedo ayudarte hoy?”. No subestimes el alcance de un acto sencillo; ya que Dios multiplica lo pequeño cuando nace del amor.
Por esta razón, haz de la edificación un hábito, elige palabras que sanan, ofrece silencios que abrazan, comparte promesas que levantan. Si hoy eres tú quien necesita la llamada, pídesela al Señor y sé honesto con alguien de confianza. La comunidad no es lujo de la fe, es parte de su diseño. Ningún corazón fue hecho para cargarse solo. Por tanto, deja que tus palabras sean puentes y no paredes. Quizá para alguien, tu voz será la diferencia entre rendirse o seguir. La Biblia dice en Proverbios 12:25: “La congoja en el corazón del hombre lo abate; mas la buena palabra lo alegra” (RV1960).