El Señor Jesús habló de orar en lo secreto, no por desprecio a lo público, sino para cuidar el corazón. En el cuarto secreto no hay público, solo Presencia. Allí las máscaras sobran y las apariencias caen. ¿Cómo iniciar? Elije un lugar pequeño, un horario realista y un plan sencillo. Por ejemplo, un Salmo para orientar el alma, un pasaje de los Evangelios para mirar al Señor y una breve oración escrita. Anota cargas, respuestas y nombres por los que interceder. La constancia vale más que la duración.
Si un día fallas, regresa sin culpa; la gracia te está esperando. Incluye la confesión: nombra tu pecado sin adornos y recibe el perdón que Cristo compró en la cruz. La culpa tratada a tiempo evita la vergüenza crónica. Cuando la ansiedad levante su voz, respira profundo, repite la Escritura y descansa en Su fidelidad. En lo secreto, Dios endereza lo torcido y fortalece lo débil. De ese cuarto saldrás distinto, no porque cambió todo afuera, sino porque cambió por dentro. La Biblia dice en Mateo 6:6: “Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento… y tu Padre… te recompensará en público”. (RV1960).