Un jardinero decía que lo más difícil no era sembrar, sino esperar. La semilla parece “desaparecer” bajo tierra, sin aplausos para la oscuridad del proceso ni para el silencio de los días. Sin embargo, justo allí sucede lo esencial: la raíz se afirma antes de que el tallo aparezca.
Así actúa el Señor Jesús en nuestra vida. Cuando oramos, obedecemos y permanecemos, frecuentemente no vemos de inmediato la respuesta; no obstante, la fe echa raíz. Por eso, no confíes en la apariencia del “no pasa nada”; confía en el Dios que obra en lo escondido. Haz hoy lo que te corresponde: riega con oración, quita la mala hierba de los pensamientos que ahogan y recibe la luz de la Palabra. Cuando llegue el tiempo, brotará lo que Él plantó. Si otros crecen más rápido, bendícelos; cada semilla tiene su calendario.
Recuerda que la fidelidad cotidiana es el terreno donde germinan los milagros discretos. En lugar de desenterrar la semilla para “ver si va bien”, vuelve a enterrarla con confianza. El Señor no olvida ninguna siembra hecha con fe. La Biblia dice en Gálatas 6:9: “No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos”. (RV1960).