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Hemos de caminar siempre, con la esperanza de alcanzar el cielo.

Nos esperan los brazos de nuestro Padre Celestial, pero primero hemos de aprender a ser verdaderos hijos de Dios.

Para ello, imitar las actitudes y sentimientos de Cristo y reconocerlo a Él como Salvador y Señor nuestro es la tarjeta de ingreso a la Patria del cielo.

Si deseamos esta felicidad, unamos nuestros esfuerzos a los de los santos, por servir a la Iglesia y honrar a Dios con nuestra vida.

Y conozcamos más valientes bienaventurados que lucharon de corazón para ser fieles a Dios.

Algunos de ellos son:

San Ireneo de Lyon, obispo; San Argimiro de Córdoba, monje y mártir; San Heimerado de Hassungen, presbítero y eremita; San Juan Southworth, presbítero y mártir; San Pablo I, papa; Santa María Du Zhaozhi, madre de familia y mártir y Santa Vicenta Gerosa, virgen.

Conoceremos un santo que conoció a San Policarpo, discípulo directo de san Juan en su niñez y llegó a ser un gran defensor de la fe, al punto que el Papa de la época lo llamó: “Guardián del testamento de Cristo”.

Él es san Ireneo de Lyon.

Oremos a este gran maestro de la fe, para que siempre recordemos que hemos recibido una fe transmitida de generación en generación bajo la guía del Espíritu Santo y la unidad en la Iglesia y aprendamos a defenderla:

Señor, Dios nuestro, que otorgaste a tu obispo san Ireneo la gracia de mantener incólume la doctrina y la paz de la Iglesia, concédenos, por su intercesión, renovarnos en fe y en caridad y trabajar sin descanso por la concordia y la unidad entre los hombres. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

San Ireneo acudió a explicar la fe de una manera racional.

Y la fe, nos enseña san Pablo, es creer en lo que no vemos.

Sin embargo, creemos, porque lo que despierta nuestra fe es coherente y tiene argumentos que lo hacen ver acorde a la verdad.

Un ser humano siempre hace algo con la convicción de que es bueno y verdadero, incluso los que hacen grandes males, tienen una justificación positiva para ello.

Pero revisar, escudriñar, investigar qué tan cierto es aquello que fundamenta nuestra fe, es muy necesario para que actuemos con solidez y seguridad a partir de estas creencias.

San Ireneo también nos recuerda que la fe es un don de Dios, por lo tanto, el Espíritu Santo es quien nos permite comprenderla y poner en práctica esas enseñanzas divinas.

Así que, para tener una fe sólida, unamos oración y formación, para que sepamos dar cuenta de nuestra fe y podamos reflejarla fielmente en nuestra vida.

No podemos ser cristianos por inercia, sino por experiencia.

Atrevámonos a ser creyentes en la práctica.

San Ireneo de Lyon,

Ruega por nosotros.