Bienvenidos al emocionante paseo por las páginas del Catálogo Divino que día a día nos sorprende con interesantes historias. Cada vida es especial y única. No sabemos cómo pueden desenvolverse las situaciones diarias, pero hay algo que es seguro: Dios nos acompaña e ilumina para poder vivirlas con libertad y confianza. Así fue la vida de los santos: un acto de confianza constante en el Padre Celestial.
Por ello, sigamos conociendo historias de santidad que nos aumenten la confianza en la Providencia divina. Los santos venerados el día de hoy, 30 de agosto, son: San Agilo, abad; San Bononio de Lucedio, abad; San Fantino el Joven, eremita; San Fiacrio, eremita; Santa Gaudencia, mártir; San Pammaquio, senador; San Pedro de Trevi, anacoreta; Beato Alfredo Ildefonso Schuster, obispo; Beato Ghebra Miguel, presbítero y mártir; Beato Joaquín Ferrer Adell, presbítero y mártir; Beato Juan Juvenal Ancina, obispo y Beata María Ráfols, virgen.
Hoy, conoceremos la vida de una valerosa religiosa que realizó una extraordinaria labor asistencial en medio del fragor de la guerra y sobre todo, dio un firme testimonio de su amor a Dios.
Ella es la Beata María Ráfols.
María nació el 5 de noviembre de 1781 en Villafranca del Panadés, Barcelona.
Pudo estudiar en el prestigioso colegio de la Enseñanza de Barcelona; donde resaltaba porque era inteligente, trabajadora y responsable. Entonces se unió como voluntaria en el hospital de la Santa Cruz, dirigido por las Hermanas Hospitalarias de San Juan de Dios.
Los que la recordaban decían de ella: su sola presencia era toda una revelación: atraía y cautivaba. Tenía elevada estatura, mirada dulcísima, porte grave y majestuoso, realzado por el encanto de una modestia angelical. Se mostraba siempre gozosa y contenta con gran fortaleza de espíritu.
En 1803 tuvo una ocasión de realizar duras tareas benéficas con motivo del desastre que se produjo en torno a Barcelona.
En el mismo año conoció al Padre Juan Bonal, quien buscando personas expertas en el cuidado de los enfermos para el hospital Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza, respondiendo a la llamada de la Junta que lo regía, seleccionó un grupo compuesto por doce hombres y doce mujeres, entre los que se hallaba María.
Las presiones hicieron que pasado un tiempo los varones abandonaran el hospital. En cambio las mujeres, con María al frente, prosiguieron su incansable labor.
Luego se presentó, con algunas Hermanas, al examen de flebotomía, ante la Junta del Hospital en pleno, para poder practicar la operación de la sangría, tan frecuente en la medicina de su tiempo, pero que no realizaban las mujeres de su época. Aunque muchos no creían en ellas, se graduaron como las mejores de la clase.
Pocos años después de llegar a Zaragoza se desencadenó la guerra, y las tropas napoleónicas la sitiaron en 1808.
La Madre Rafols acompañada de dos Hermanas, se presentó ante el Mariscal francés Lannes en petición de ayuda. María le había dejado desarmado con su trato delicado y respetuoso, y el militar se conmovió con ese gesto digno y valeroso.
Se retiró con su salud quebrantada a Huesca en 1845. Falleció en Zaragoza en 1853, a los 72 años.
Oremos pidiendo muchas gracias por intercesión de esta incansable santa:
Te damos gracias, Señor, porque enriqueciste a la Beata María Ráfols con tus dones y virtudes y la llamaste a ejercer la caridad, principalmente con los más pobres y necesitados. Concédenos por su intercesión y para tu gloria, la gracia que ahora te pedimos. Asístenos con tu Espíritu para que podamos aceptar en fe tu voluntad, comprender el dolor del hermano, imitar a tu Sierva en la caridad y lograr con "hechos de vida” un mundo más humano, más de Cristo. Amén.
Beata María Ráfols,
Ruega por nosotros.