Qué bueno que estén atentos para escuchar nuestro Catálogo Divino.
En este admirar las vidas celestiales, siempre nos sorprendemos cómo -a partir de historias a veces tan trágicas-, pueden surgir bellas historias de amor hacia Dios.
Por ello, permanezcamos en sintonía para dejarnos deslumbrar con estas inusuales historias.
Este 28 de agosto hay una larga lista de santos que dan su patrocinio en medio de nuestra iglesia.
Ellos son:
San Agustín, Obispo y doctor de la Iglesia; San Alejandro de Constantinopla, Obispo; Beato Alfonso María Mazurek, presbítero y mártir; Beato Ángel de Pesche Isernia, Laico franciscano;
Beato Junípero Serra, religioso; San Moisés el Etíope, Anacoreta; San Pelagio, Mártir; San Restituto de Cartago, Obispo y mártir; San Vicinio de Sarsina, Obispo y Santa Celia Guérin, Madre de S. Teresa del Niño Jesús.
En este día, escucharemos sobre la vida de un gran santo que nos enseñó de una manera admirable, cómo donde abundó el pecado sobreabundó la gracia, por su ejemplo de conversión y luminoso servicio a la Iglesia.
---Y que nos enseña que, aunque amemos tarde a Dios, amarlo con todo el corazón es lo más maravilloso que podemos hacer.
Él es San Agustín.
Oremos para que la convicción en nuestra fe nos ayude a transformar nuestras vidas como Agustín:
Renueva, Señor, en tu Iglesia el espíritu que infundiste en San Agustín para que, penetrados de ese mismo espíritu, tengamos sed de Ti, fuente de sabiduría, te busquemos como el único amor verdadero y sigamos los pasos de tan gran santo. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.
Cuenta la historia que mientras Agustín paseaba un día por la playa, pensando en el misterio de la Trinidad, se encontró a un niño que había hecho un hoyo en la arena y con una concha llenaba el agujero con agua de mar.
El niño corría hasta la orilla, llenaba la concha con agua de mar y depositaba el agua en el hoyo que había hecho en la arena.
Viendo esto, San Agustín se detuvo y preguntó al niño por qué lo hacía, a lo que el pequeño le dijo que intentaba vaciar toda el agua del mar en el agujero en la arena.
Al escucharlo, San Agustín le dijo al niño que eso era imposible, a lo que el niño respondió que si aquello era imposible hacer, más imposible aún era el tratar de descifrar el misterio de la Santísima Trinidad.
Al igual que Agustín, en su juventud, muchas veces queremos resolver las grandes preguntas de la vida solo con los razonamientos que nos convienen o llenar la necesidad de ser amado o de ser tenido en cuenta, por medio del desenfreno en búsqueda del placer.
Reconozcamos que el equilibrio en nuestra vida, lo alcanzamos cuando dejamos que nuestra parte espiritual nos conecte con lo más valioso que tenemos y que le da sentido a nuestra vida: ser imagen y semejanza de Dios.
San Agustín,
Ruega por nosotros.