¡Qué alegría compartir con ustedes un nuevo catálogo divino!
La vida de los santos nos ayuda a ver el camino de santidad de nuestra propia vida y a reconocer cómo el amor de Dios ha estado siempre con nosotros.
Ni más pretensiones que la gloria de Dios, los santos nos invitan a confiar en el Señor y dejar que la santidad sea algo posible en nuestra vida.
Pidamos a los santos de este día, 10 de noviembre, que nos abran el corazón a la fe y la esperanza en Dios.
Algunos de estos bienaventurados son:
San León Magno, papa; San Andrés Avelino, presbítero; San Baudelino de Alejandría, ermitaño y obispo; San Demetrio de Antioquía, obispo; San Justo de Canterbury, obispo;
San Orestes de Tiana, mártir; santos mártires Narsete, obispo, y José; San Probo de Ravena, obispo; Beato Acisclo Pina Piazuelo, religioso y mártir.
El santo de hoy fue un gran evangelizador de los anglosajones en el siglo VII.
El es San Justo de Canterbury.
Oremos para que todos los pueblos que hemos conocido a Jesús, nos reunamos en un solo rebaño para la gloria de Dios:
Oh, Señor, nos has sacado de las tinieblas y nos has guiado hasta Jesús. Has hecho brillar en nuestras vidas la estrella de la esperanza.
Ayúdanos a estar unidos en nuestro compromiso de hacer presente tu reino de amor, de justicia y de paz, y así ser antorcha de esperanza para quienes viven en la oscuridad de la desesperación y el desencanto.
Ilumínanos y enciende nuestros corazones para que vivamos envueltos en el calor de tu amor. Elévanos hacia ti, que te has despojado de todo por nuestro bien, para que nuestra vida te glorifique. Amén.
En el tiempo de san Justo, el papa Gregorio y los demás misioneros, quisieron llevar el Evangelio de una manera equilibrada entre la fidelidad total a la doctrina, pero la adaptabilidad a la cultura de los pueblos nativos, llenándose de amor y comprensión, valorando sus bases culturales y entendiendo su manera de ser, para iluminarla con la Buena Noticia de Jesucristo.
Debemos tener claridad en que nuestros principios de fe no se negocian, y sin embargo, nuestra acogida a quienes no comparten nuestro punto de vista debe ir totalmente impregnada de amor y de respeto, sin que ello signifique que perdamos nuestra identidad y nuestros valores.
Recordemos que la fe es un don de Dios y es el Señor el que suscita una respuesta a este llamado, por parte de cada persona.
Lo que nos corresponde como Iglesia es estar preparados para acoger a los hermanos que desean empezar un camino de conversión y acompañarles en su propio proceso con nuestra oración y comprensión.
“Hacer una cosa sin descuidar la otra”, como dice Jesús, en Mateo 23, 23, nos ayuda a evangelizar, como Él, de una manera equilibrada y haciendo que la fe sea una invitación y no imposición.
Aprendamos de Jesús, el Verdadero Maestro, el camino para la comunión.
San Justo de Canterbury,
Ruega por nosotros.