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Comenzamos una nueva semana y nos preparamos para vivirla con todo el entusiasmo. No somos distintos de los santos… Tenemos los mismos deberes, las mismas preocupaciones, los mismos anhelos…Pero la gracia de Dios nos va impulsando cada vez más a hacer el bien en toda situación, y nos sentimos muy bien por ello.

Hoy conoceremos a una santa que tomó las armas para cumplir una orden divina y murió a manos de los adversarios que venció, pero ante la Iglesia es venerada como virgen y no como mártir. Descubramos por qué en este episodio del catálogo divino.

Ella es Santa Juana de Arco. Se cree que Juana nació el 6 de enero de 1412 en Domrémy, Francia. Sus padres eran unos prósperos campesinos llamados Isabella y Jacques. Tuvo tres hermanos y una hermana.

Juana creció en el campo y nunca aprendió a leer ni a escribir. Pero su madre que era muy piadosa le infundió amor al Padre Celestial y a la Virgen María.

Su patria Francia estaba en muy grave situación porque la habían invadido los ingleses que se iban posesionando rápidamente de muchas ciudades y hacían grandes estragos.

A los trece años la niña Juana empezó a sentir unas voces que la llamaban. Al principio no sabía de quién se trataba, pero después empezó a ver resplandores y que se le aparecían el Arcángel San Miguel, Santa Catalina y Santa Margarita y le decían: "Tú debes salvar a la nación y al rey".  “¡Es una orden de Dios!”,

Juana declaró muchas veces que nunca había empleado brujerías y que era totalmente creyente y buena católica, sin embargo la sentenciaron a ser quemada viva.

Encendieron una gran hoguera y la amarraron a un poste y la quemaron lentamente.

Murió rezando y su mayor consuelo era mirar el crucifijo que un religioso le presentaba y encomendarse al Señor. Invocaba al Arcángel Miguel, y pronunciando por tres veces el nombre de Jesús, entregó su espíritu.

Su cuerpo se redujo a cenizas, excepto su corazón, y por orden del cardenal de Winchester, fueron arrojados al río Sena.

Era el 30 de mayo del año 1431. Tenía apenas 19 años.

23 años después su madre y sus hermanos pidieron que se reabriera otra vez aquel juicio que se había hecho contra ella. Y el Papa Calixto III nombró una comisión de juristas, los cuales declararon que la sentencia de Juana fue una injusticia.

El rey de Francia la declaró inocente y fue canonizada por Benedicto XV. Oremos a esta valiente santa:

Ante tus enemigos, ante el hostigamiento, el ridículo y la duda, te mantuviste firme en la fe. Incluso abandonada, sola y sin amigos, te mantuviste firme en la fe. Incluso cuando encaraste la muerte, te mantuviste firme en la fe. Te ruego que yo sea tan inconmovible en la fe como tú, Santa Juana. Te ruego que me acompañes en mis propias batallas. Ayúdame a perseverar y a mantenerme firme en la fe. Amén.

Tal vez nosotros no tenemos visiones extraordinarias de Dios. Pero en su Palabra y las enseñanzas de la Iglesia, reconocemos qué debemos hacer para cumplir su voluntad.

Hay un mandato que no podemos ignorar: Aménse los unos a los otros como Yo los he amado.

Tengamos el valor y el coraje de no desobedecer esta orden de Dios. Allí está nuestra felicidad.

Santa Juana de Arco.

Ruega por nosotros.