San Blas
Obispo y mártir
Abramos de nuevo las páginas doradas de nuestro Catálogo Divino, para seguir con alegría las huellas de Jesús.
Así como lo hicieron los santos, que, a su estilo y fielmente, se decidieron a vivir en el amor y la verdad al igual que Jesús.
Para comenzar nuestro camino de santidad, podemos inspirarnos en los santos que un día como hoy, 3 de febrero, son recordados por nuestra Madre Iglesia.
Así, es, ellos son: San Blas, obispo; San Oscar de Brema, obispo; San Adelino de Celle, presbítero y abad; San Celerino de Cartago, lector y mártir, San Leonio de Poitiers, presbítero; San Lupicino de Lyon, obispo;
San Tigrido, obispo; Santa Berlinda de Meerbeke, virgen; Santa María de San Ignacio Thévenet, ; Santa Olivia, mártir; Santa Wereburga de Chester, abadesa;
Santo Profeta Azarías; Beata María Ana Rivier, virgen; Beata María Elena Stollenwek, virgen; Beato Helinando de Froidemont, monje y Beato Juan Nelson, presbítero y mártir.
Hoy, conoceremos la vida de un santo que fue médico y luego obispo y contó con un gran don de sanación. Se le pide por la curación de las enfermedades de la garganta especialmente. Murió mártir sanando incluso camino al suplicio. El es San Blas.
San Blas es patrono de los enfermos de garganta y de los otorrinolaringólogos. Es patrono de la República del Paraguay, debido a una victoria que obtuvieron allí, los españoles un día de San Blas, por la cual, difundieron su devoción. También es patrono de numerosas localidades españolas, y de la ciudad de Dubrovnik (Croacia).
Son innumerables las tradiciones que se realizan en el día de su fiesta, especialmente las que, bajo el signo de las rosquillas de san Blas, invocan su protección ante las enfermedades, pero es muy importante reconocer que hay cosas más perjudiciales que perder la voz.
Por eso pidamos piadosamente al santo nos ayude a que de nuestra garganta broten palabras honestas, bondadosas, sanadoras y respetuosas que nos permitan atraer el bien a las vidas de todos:
¡Oh!, glorioso San Blas, que con tu martirio has dejado a la Iglesia un ilustre testimonio de la fe, alcánzanos la gracia de conservar este divino don, y de defender sin respetos humanos, de palabra y con las obras, la verdad de la misma fe, hoy tan combatida y ultrajada.
Tú que milagrosamente salvaste a un niño que iba a morir desgraciadamente del mal de garganta, concédenos tu poderoso patrocinio en semejantes enfermedades; y sobre todo obten para nosotros la gracia de la mortificación cristiana, guardando fielmente los preceptos de la Iglesia, que tanto nos preservan de ofender a Dios. Amén.
A San Blas, tan amable y generoso, pidámosle que nos ayude a evitar decir lo que no se debe y que no tengamos miedo de defender nuestra fe con nuestras palabras y sobre todo con nuestra vida.
San Blas,
Ruega por nosotros.