En el entorno familiar, la capacidad de prestar verdadera atención al otro ha dejado de ser una práctica común. En medio de tantos estímulos, palabras lanzadas al aire y conversaciones a medias, detenerse a atender con el corazón lo que alguien quiere expresar se ha vuelto un acto casi extraordinario.
Escuchar va mucho más allá de simplemente oír. Es un ejercicio de presencia, de apertura y de empatía. Padres atentos a los silencios de sus hijos, abuelos que encuentran en sus relatos una forma de conectar generaciones, parejas que dialogan sin necesidad de interrumpirse: todo ello construye un hogar donde los lazos se profundizan.