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Vivimos en una época donde el valor de una persona parece medirse por lo que posee y no por lo que es. La publicidad, las redes sociales y la presión social bombardean a las familias con un mensaje constante: “Si no tienes lo último, no vales”. Este pensamiento ha penetrado en los hogares al punto de que muchas decisiones familiares ya no se basan en necesidades reales, sino en la urgencia de mostrar un estatus.