La violencia que hoy domina calles y barrios no es fruto del azar. Es la cosecha amarga de años en los que demasiadas familias renunciaron a su deber de formar y corregir. Niños criados sin reglas, sin límites y sin la noción de lo que está bien y lo que está mal, crecen como adultos incapaces de respetar la ley. Y en esa fragilidad moral, la mafia y el crimen organizado encuentran terreno fértil. Jóvenes que nunca escucharon un “no” en casa, hoy son parte del monstruo de mil cabezas que devora la paz de todos.