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La humildad, esa virtud tantas veces confundida con debilidad o sumisión, ha sido testimonio vivo en algunas figuras de la Iglesia, y pocas tan elocuentes como la de Albino Luciani, el Papa de la sonrisa. Su pontificado, aunque breve, dejó perlas de sabiduría que siguen interpelando al corazón cristiano. Una de las más recordadas es su comparación consigo mismo como el burro que llevó a Jesús en Domingo de Ramos: “El aplauso no era para el burro, sino para el que lo montaba”. Esta imagen no solo es profundamente evangélica, sino que encierra una pedagogía familiar que hoy, en tiempos de culto al ego, merece ser rescatada.