Cuando el Papa Francisco dijo aquella célebre frase —"Señora, deje de plancharle la camisa a su hijo de treinta años"— durante un encuentro en Asís, no lo hizo como una simple broma. Aunque el comentario generó risas, su intención era provocar reflexión. Hablaba con claridad de una realidad extendida: hijos adultos incapaces de asumir su vida porque crecieron sobreprotegidos, demasiado cuidados, poco desafiados.