Recibir en casa a los indefensos y darles sustento y cuidado es un acto maravilloso de amor incondicional. El que, por mucho, se presta para reflejar el carácter de Dios, de manera tan cristalina, abundante e interminable, como los árboles del lago.
La vida nos suele rodear de figuras paternales y en ocasiones, es a nosotros a quienes se nos concede ser ese refugio para quien está sufriendo, quien no tiene amparo, o simplemente tiene decisiones que tomar. Sostenerlo y darle acompañamiento, crea una riqueza abundante de relaciones, que por breves que sean, crean una conexión profunda, especial y eterna.