Las reglas se hacen para quebrantarlas. Quizá no haya regla que con más frecuencia se quebrante que la que tiene que ver con no discutir de religión o política. Repetidamente nos embarcamos en tales discusiones. Y cuando el asunto tiene que ver con la religión, éste gira con frecuencia en torno al tema de la predestinación. Tristemente, eso significa a menudo el fin de la discusión y el comienzo de la disputa, produciendo más calor que luz. Argüir acerca de la predestinación es virtualmente irresistible. (Perdón por el juego de palabras) ¡El tema es tan jugoso! Provee una oportunidad para estimular todos los asuntos filosóficos. Cuando se aviva el tema, nos volvemos súbitamente súper patrióticos, guardando el árbol de la libertad humana con gran celo y tenacidad. El espectro de un Dios todopoderoso eligiendo por nosotros, y quizá aun contra nosotros, nos hace chillar: "¡Dame libre albedrío o me muero!" La palabra misma predestinación conlleva un tono siniestro. Está vinculada a la desesperante noción del fatalismo y, de alguna manera, da a entender que dentro de su esfera nos vemos reducidos a necias marionetas. La palabra conjura visiones de una deidad diabólica que juega caprichosamente con nuestras vidas. Parecemos estar sujetos a los antojos de horribles decretos que fueron determinados mucho antes de que naciésemos. Mejor sería que nuestras vidas estuvieran determinadas por las estrellas, pues entonces al menos podríamos encontrar pistas con respecto a nuestro destino en los horóscopos diarios. Si añadimos al horror de la palabra predestinación la imagen pública de su más famoso maestro, Juan Calvino, nos estremeceremos más aún. Vemos a Calvino representado como un tirano severo y ceñudo, un cráneo de Icabod del siglo XVI que encontraba un diabólico deleite en la quema de los herejes recalcitrantes. Es suficiente para hacernos retirarnos de la discusión completamente y reafirmar nuestro compromiso de no discutir jamás de religión y política. Con un tema que la gente encuentra tan desagradable, es de maravillarse que lo discutamos en absoluto ¿Por qué hablamos del mismo? ¿Porque disfrutamos de lo desagradable? No en absoluto. Lo discutimos porque no podemos evitarlo. Es una doctrina claramente expresada en la Biblia. Hablamos acerca de la predestinación porque la Biblia habla acerca de la predestinación. Si deseamos construir nuestra teología sobre la Biblia, nos tropezamos con este concepto. Pronto descubrimos que no lo inventó Juan Calvino.