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Quizá uno de los mayores obstáculos que los principiantes en la oración encuentran es cuando después de un tiempo de oración gozosa dejan de sentir gusto y gozo en ella.

Algunos se confunden y piensan que ya no están orando bien, otros con un corazón egoísta deciden dejarla porque ya no le sacan “beneficio” a ella; pero a aquellos que tienen una buena dirección espiritual se les explica porqué pasa esto en todos los orantes.

La razón es porque al comenzar a seguir a Dios es como los novios cuando se empiezan a conocer, se comienzan a conquistar uno al otro y se causan mucho gozo mutuamente. Lo mismo hace Dios con nosotros; cuando comenzamos a orar diariamente comenzamos una relación de amor con él en la cual él nos conquista con sentimientos de gozo, de su presencia, de satisfacción y/o sanación.

El problema es que al igual que en el enamoramiento de los novios, aquí no hay amor sino más bien egoísmo. “Estoy contigo porque tú me haces sentir bien a mi”.

El amor verdadero comienza cuando se acaba el enamoramiento y ya no nos buscamos por conveniencia, egoístamente, sino para hacer feliz al otro. El amor verdadero es dar sin esperar recibir. Y Dios en esto es igual, quiere que le demos amor y no que lo busquemos por conveniencia.

Los santos pasaron por esta etapa y San Juan de la cruz acuñó una frase para definirlo, le llama “la noche oscura del alma”, esta explicación ha sido desarrollada por muchos maestros espirituales a través de los siglos.

Yo le llamo “el desierto” porque al igual que a los israelitas en el desierto, Dios nos está preparando por un tiempo de aridez, y si permanecemos fieles en la oración, en esta aridez él nos purifica y nos convierte, nos fortalece y eleva nuestro amor sincero y desinteresado hasta el corazón de Jesús, el corazón de Dios.