El Alma
Decían los israelitas a Moisés: Háblanos tú y oiremos: no nos hable el Señor, porque quizá moriremos. Ex. 20: 19
No así, Señor, no así te lo ruego: sino más bien te digo como el Profeta Samuel y con humildad y deseo te suplico: Habla, Señor, que tu siervo te escucha.
Jesucristo:
Oye, hijo, mis palabras, palabras suavísimas que exceden toda la ciencia de los filósofos y sabios de este mundo.
Mis palabras son espíritu y vida, y no se pueden ponderar por la razón humana. No se deben traer para vana complacencia, sino oírse en silencio, y recibirse con toda humildad y grande afecto.
El Alma: Mi Señor, te digo como dijo David: Bienaventurado aquel a quien Tú, Señor, instruyes, y a quien muestras tu ley; porque le guardas de los días malos, y no será desamparado en la tierra.
Jesucristo: Yo enseñaré a los Profetas desde el principio, y no ceso de hablar a todos hasta ahora, pero muchos son duros y sordos a mi voz.
Oyen con más gusto al mundo que a Dios; y más fácilmente siguen el apetito de su carne, que la voluntad de Dios.
El mundo promete cosas temporales y pequeñas, y con todo eso le sirven con grande ansia: Yo prometo cosas grandes y eternas, y se endurecen los corazones de los mortales.
Por un pequeño beneficio caminan los hombres largo camino, pero por la vida eterna con dificultad muchos dan un solo paso.
Buscan los hombres viles ganancias; por una moneda pleitean a las veces torpemente; por cosas vanas, y por una corta promesa no temen fatigarse de noche y de día.
Si eres flojo para la vida espiritual, Avergüénzate, pues, siervo perezoso y descontentadizo, de que los mundanos se hallen más dispuestos para la perdición que tú para la vida.
Se alegran los mundanos más por las vanidades que tú por la verdad.
Porque muchas veces a ellos les miente su esperanza materialista; pero mi promesa a nadie engaña, ni deja frustrado al que confía en Mí.
Daré lo que he prometido; cumpliré lo que he dicho, si alguno persevea fiel en mi amor hasta el fin.
Yo soy remunerador de todos los buenos, y fuerte examinador de todos los devotos.
De dos maneras acostumbro visitar a mis escogidos, esto es, con las pruebas y con alivio.
Y dos lecciones les doy cada día: una reprendiendo sus vicios; otra amonestándolos al adelantamiento de las virtudes.
El que entiende mis palabras y las desprecia, tiene quien le juzgue en el último día.