Moisés tuvo que ser purificado, esculpido, fundido, formado en la soledad, la aridez y el calor del desierto antes de que Dios pudiera llamarlo y hacerlo su gran profeta.
Hoy explicaremos con más detalle el proceso de purificación que usa Dios en la santa Misa.
Lo mismo le pasó a Abraham, a David, a varios profetas, a Juan el Bautista, San Pablo, Francisco de Asís, Teresa de Avila, Ignacio de Loyola, y tantos grandes siervos de Dios, incluyendo a Jesús mismo que fue llevado al desierto por 40 días antes de empezar su misión.
Recordemos brevemente a Moisés. Puedes leer si quieres los primeros capítulos del libro del Éxodo.
Moisés era un hebreo joven y rico, aristócrata criado en el palacio real del faraón de Egipto, nieto adoptado de él, educado con los más altos maestros de la época y por lo tanto, como muchos hoy en día, arrogante, creído, ensalzado y con sentimientos de superioridad. Tanto así que se sintió con el poder y el derecho de matar a un hombre Egipcio.
En el fondo tenía buenos sentimientos, pero estaba lleno de orgullo, de vanidad y de sí mismo.
¿Podemos algunos de nosotros encontrar alguna similitud?
Aunque creyó haber cometido su asesinato a escondidas, en realidad su pecado salio a la luz como todos los pecados salen tarde o temprano y traen sus consecuencias. Algunas personas ingenuamente y creyéndole al enemigo que es el padre de la mentira piensan que si pecan en privado y en lo oscuro nadie se dará cuenta, pero se equivocan.
Una vez que Moisés se vio descubierto huyó al desierto, y pasó de ser un joven rico y poderoso a ser un pastor pobre, sin nada más que su pequeño rebaño, en el desierto desolado, con nada de posesiones; lo único que tenía era mucho tiempo para meditar y orar, fue esta soledad y destierro lo que le forzó a dejar su orgullo y arrogancia, a reconocer que no era nada, a acordarse de Dios y poco a poco a abandonarse en él.
Esto es lo que Dios necesita hacerle a muchas personas, les hace caer en el pozo más profundo y oscuro de su vida, una enfermedad, una crisis económica, un divorcio o la muerte de su ser más querido. Dios permite algo así para poder hacernos reaccionar y salvarnos de la perdición total, de ese barranco profundo hacia el que íbamos encaminados con nuestra soberbia y terquedad.
Fue en el desierto cuando estaba más humillado y arrepentido Moisés que Dios se le pudo manifestar en la zarza ardiendo, fue en la ceguera y la humillación que Dios hizo a Saulo recapacitar y donde después lo pudo convertir en el gran San Pablo, fue también en la humildad y austeridad del desierto donde Juan Bautista escuchó la voz de Dios y se dispuso para ser su profeta anunciador de la venida del Mesías.