De Mí sacan agua como de fuente viva el pobre y el rico; y los que me sirven de buena voluntad y libremente; estos recibirán gracia tras gracia.
Pero el que se quiere ensalzar fuera de Mí o deleitarse en algún bien particular, no será confirmado en el verdadero gozo, ni dilatado en su corazón, sino que estará impedido y angustiado de muchas maneras.
Cuanta angustia hay en las vidas de los que se buscan solo a si mismos, sus bienes y sus placeres mundanos. Siempre terminan cayendo en el vacío y el sinsabor, en el hastío y la amargura, y muchos en la tristeza y la depresión. Porque nada llena el corazón más de lo que lo puede llenar Dios. Nada calma la sed de felicidad y plenitud que tod0s tenemos como la calma el agua que sacia realmente nuestra sed, esa agua es Dios. No en vano le dijo Jesús a la samaritana: “el agua que yo doy, quien la bebe ya no tendrá sed”…
Por eso no te apropies a ti algún honor o cosa buena, ni atribuyas a algún hombre la virtud, sino refiérelo todo a Dios, sin el cual nada bueno tiene el hombre.
3. Esta es la verdad con que se destruye la vanagloria.
Estas palabras desgarran los oídos de los soberbios. Nada más molesto y aterrador a sus tímpanos que las palabras de Dios que nos invitan a la renuncia y la humildad, a entregar y poner a los pies de Cristo nuestro orgullo, nuestra soberbia y nuestra confianza en nosotros mismos.
Y si la gracia celestial y el amor verdadero entran en el alma, no habrá envidia alguna ni quebranto de corazón, ni te ocuparás del amor propio. Porque entonces sentirás como San Francisco que decía: “cuando renuncié a todo, lo tuve todo, cuando me hice pobre me sentí el más rico de los hombres”...
El amor divino lo vence todo, y vivifica todas las fuerzas del alma.