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Esta es una lucha desde que estamos niños; para unos más que para otros pero por lo general cada quien queremos hacer nuestra voluntad y no obedecer.

Es un hecho que Dios ha establecido autoridades en el mundo. No todas son legítimas, pero a las que si lo son debemos obedecerlas para mantener el orden social, la armonía entre los humanos y el auténtico crecimiento espiritual.

San Pablo ya lo aconseja en su carta a los Romanos capítulo 13.

Desde que nacemos, y aunque nadie es perfecto, tenemos la autoridad de nuestros padres que debemos obedecer. Si cada niño hace lo que quiere o impone sus propios caprichos no solo su vida va a ser un desastre sino la de los que lo rodean también.

Luego vamos a la escuela y allí hay maestros y autoridades que debemos obedecer para el buen funcionamiento de la educación y para una corrección y buena dirección de vida. La escuela no suple a la familia sino que la complementa al darnos las enseñanzas para poder funcionar en la sociedad y en el mundo.

Luego tenemos las autoridades religiosas; cuando tenemos la bendición de  pertenecer a una buena iglesia en ella nos guían, nos alimentan espiritualmente, nos enseñan, nos corrigen y nos animan para permanecer y crecer en nuestro seguimiento de Jesús, de Dios.

En la sociedad tenemos las leyes del gobierno, que cuando es un gobierno legítimo, democrático y más o menos honesto, se preocupa por el bienestar de los ciudadanos y el orden en la vida social. Al seguir estas leyes que el mismo pueblo ha puesto y aprobado nos aseguramos que todos vivimos en un ambiente mejor y más saludable que en un ambiente de catástrofe donde cada quien hace lo que le pega la gana sin preocuparse si daña a los demás.

En los trabajos igual.

Rechazar cualquiera de estas autoridades para imponer mi ego y mi voluntad es encaminarme hacia el caos y la autodestrucción, junto con el daño a mis prójimos.

Dice el libro Imitación de Cristo:

Porque si quieres tener verdadero gozo, y ser consolado por Mí abundantísimamente, tu suerte y bendición estará en el desapego de todas las cosas del mundo, y en cortar de ti la búsqueda de los deleites terrenos, y así se te dará copiosa consolación. Y cuanto más te desviares de todo consuelo de las criaturas, tanto hallarás en Mí más suaves y poderosas consolaciones. Mas no las alcanzarás sin alguna pena, ni sin el trabajo de la pelea.

Capítulo XIII: De la obediencia del súbdito humilde a ejemplo de Jesucristo.

Jesucristo:

1. Hijo, el que procura salirse de la obediencia, él mismo se aparta de la gracia; y el que quiere tener cosas propias, pierde las comunes. El que no se sujeta de buena gana a su superior, señal es que su carne aún no le obedece perfectamente, sino que muchas veces se resiste y murmura.

No hay enemigo peor ni más dañoso para el alma que tú mismo, si no estás bien avenido con el espíritu. Necesario es que tengas verdadero desapego de ti mismo, si quieres vencer la carne.