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Capítulo XXV: En qué consiste la paz firme del corazón, y el verdadero aprovechamiento.

Jesucristo:

Hijo, yo les dije: La paz os dejo, mi paz os doy; y no la doy como la del mundo. Todos desean la paz; mas no tienen todos cuidado de las cosas que pertenecen a la verdadera paz. Mi paz está con los humildes y mansos de corazón. Tu paz la hallarás en la mucha paciencia. Si me oyeres y siguieres mi voz, podrás gozar de mucha paz.

El Alma:

¿Qué debo hacer Señor?

Jesucristo:

Mira con atención las cosas que haces y las cosas que dices, y dirige toda tu intención con el fin de agradarme a Mí solamente, y no desear ni buscar nada fuera de Mí. Ni juzgues temerariamente los hechos o dichos ajenos, ni te entremetas en lo que no te han encomendado: haciendo esto disminuirán tus turbaciones. Porque el no sentir alguna tribulación, ni sufrir alguna fatiga en el corazón o en el cuerpo, no es de este mundo, sino propio del  descanso eterno. No creas, pues, haber hallado la verdadera paz, solo porque no sientes alguna pesadumbre; ni que ya es todo bueno, porque no tienes ningún adversario; ni que la perfección es que todo suceda según tus deseos. Tampoco pienses que eres grande o digno especialmente de amor, porque tienes gran devoción y dulzura; porque en estas cosas no se conoce el verdadero amador de la virtud, ni consiste en ellas el provecho y perfección del hombre.

El Alma:

¿Pues en qué consiste la virtud, Señor?

Jesucristo:

En ofrecerte de todo tu corazón a la divina voluntad, no buscando tu interés en lo poco, ni en lo mucho, ni en lo temporal, ni en lo eterno. De manera que con rostro igual, des gracias a Dios en las cosas prósperas que en las adversas.

Si me tienes por justo y alabas por santo todo lo que Yo ordene, entonces  andas en el recto camino de la paz, y podrás tener esperanza cierta de ver nuevamente mi rostro con júbilo. Y si llegares a la perfecta despreocupación de ti mismo, sábete que entonces gozarás de abundancia de paz; tanto cuanto cabe en esta vida de destierro.