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Capítulo XI: Los deseos del corazón se deben examinar y moderar.

Jesucristo:

Hijo, aún te conviene aprender muchas cosas que no has aprendido bien. El Alma: 2. ¿Qué cosas son estas, Señor?

Jesucristo:

Que pongas tu deseo totalmente en sola mi voluntad, y no seas amador de ti mismo, sino afectuoso celador de lo que a Mí me agrada. Los deseos te encienden muchas veces, y te estiran con insistencia; pero considera si te estás moviendo por mi honra o por tu gusto. Si Yo soy la causa, estarás contento de cualquier forma que yo ordene las cosas; pero si algo tienes escondido de amor propio, y siempre te buscas a ti mismo y tus intereses, mira que eso es lo que mucho te impide y agrava.



Guárdate, pues, no confíes demasiado en ese deseo que tuviste sin consultarlo conmigo; porque puede ser que después te arrepientas, y te descontente lo que primero te agradaba, y que por parecerte mejor lo deseaste. Porque no se puede seguir luego cualquier deseo que aparece bueno, ni tampoco huir a la primera vista toda afición que parece contraria. Conviene algunas veces reprimir el ímpetu, aun en los buenos ejercicios y deseos, porque no caigas por importunidad en distracción del alma.

También algunas veces conviene usar de fuerza, y contradecir valientemente al apetito sensitivo, y no preocuparse tanto de lo que la carne quiere o no quiere, sino andar más solícito, para que esté sujeta al espíritu, aunque le pese. Y la carne debe ser castigada y obligada a sufrir la servidumbre hasta que esté pronta para todo, aprenda a contentarse con lo poco y sentirse cómoda con lo sencillo, y no murmurar contra lo que es amargo.

En esta vida no hay gozos sin dolor pues de la misma cosa que se recibe el deleite, de allí frecuentemente reciben la pena del dolor.

Cuán cierto es esto. Aquellas cosas que nos producen gran placer muchas veces son las mismas que nos causarán gran dolor. Por eso no podemos confiar en las criaturas más que en Dios.

Deléitate en el Señor, y te dará lo que le pidiere tu corazón.