Hay veces que nos sentimos con tantas ganas de orar, sentimos que las palabras y los sentimientos nos fluyen sobremanera, sentimos el gozo y el amor de Dios a flor de piel. Es tan bonito y tan fácil orar cuando nos sentimos así; o sea cuando nos sentimos inspirados.
Pero ¿qué debo hacer cuando no siento nada de esto? Cuando más bien ni siquiera traigo ganas de orar, prefiero 1000 veces ponerme a hacer algo más que orar. Como decía Santa Teresa: “por muchos años sentía tanta sequedad durantemi oración que hubiera preferido que me pusieran a limpiar todo el convento que estar sentada haciendo esa hora de oración diaria…” y si leemos su vida veremos que por su gran perseverancia de años luego Dios le concedió ser una gran mística y tener unos arrebatos de encuentro con Dios y gozo espiritual inenarrables…
O sea, el no sentirme con ganas de orar no es ningún pretexto para no hacerlo; y es cuando mi oración gana mucho más mérito ante Dios y le permito en ella que me vaya formando para ser un verdadero amante de él.
Sigamos escuchando el coloquio de amor en el libro Imitación de Cristo:
Alma:
Seas, pues, bendito, Señor, que hiciste con tu siervo este beneficio, según la muchedumbre de tu misericordia. ¿Qué tiene más que decir tu siervo delante de Ti, sino humillarse mucho en tu acatamiento, acordándose siempre de su propia pequeñezy debilidades? Porque no hay semejante a Ti en todas las maravilla del cielo y de la tierra. Tus obras son perfectísimas, tus juicios verdaderos, y por tu providencia se rige el universo. Por eso alabanza y gloria a Ti, ¡oh sabiduría del Padre! Que te alabe y te bendiga mi boca, mi alma, y juntamente todo lo creado.
Capítulo XXII: De la memoria de los innumerables beneficios de Dios.
El Alma:
Abre, Señor, mi corazón a tu ley, y enséñame a andar en tus mandamientos.
Concédeme que conozca tu voluntad, y con gran reverencia y diligente consideración tenga en la memoria tus beneficios, así generales como especiales, para que pueda de aquí adelante darte dignamente las gracias. Mas yo sé y confieso que no puedo darte suficientes alabanzas y gracias ni por el más pequeño de tus regalos. Yo soy menor que todos los bienes que me has hecho; y cuando miro tu generosidad, desfallece mi espíritu a la vista de tu grandeza.