Quizá la mayoría alguna vez hemos estado enamorados. A veces hasta de una persona que no nos correspondió. Pero sabemos lo que es sentirse así, esa atención plena al ser amado esté presente o ausente pensando todo el día en él/ella, ese corazón encendido de deseos de amar más y estar siempre con el ser querido. Ese sentir que nada del mundo te interesa más que él o ella. Es un sentimiento muy bonito, parte de la naturaleza que Dios creó en nosotros.
Y sin embargo, hemos visto que esos enamoramientos no duran para siempre, son pasajeros, en las clases para matrimonios en MidaD explicamos que el enamoramiento dura un promedio máximo de 2 años, y muchas veces mucho menos. Por lo general este sentimiento se acaba cuando viene la desilusión, cuando el otro no nos corresponde y sentimos que nos rompe el corazón, o cuando por fin abrimos los ojos a sus imperfecciones graves, o cuando la rutina y la costumbre se vuelven el agua que apaga el fuego del corazón enamorado.
Los santos han descubierto que por eso y por otras razones, vale mucho más la pena enamorarse de Dios. Y tenemos ejemplos de muchos en sus vidas y escritos. Tomás de Kempis expresa estos anhelos y suspiros de su corazón enamorado de Jesús.
En el el capítulo 13 de su libro Imitación de Cristo le dice:
1. ¿Quien me dará, Señor, que te halle solo para abrirte todo mi corazón, y gozarte como mi alma desea, y que ya ninguno me desprecie, ni criatura alguna me mueva u ocupe mi atención; sino que Tú solo me hables, y yo a Ti, como se hablan dos enamorados, o como se regocijan dos grandes amigos entre sí? Lo que pido, lo que deseo, es unirme a Ti enteramente, desviar mi corazón de todas las cosas criadas, y aprender a gustar las celestiales y eternas por medio de la sagrada Comunión y frecuente celebración. ¡Ay Dios mío,! ¿Cuando estaré absorto y enteramente unido a Ti, del todo olvidado de mí?
¿Cuándo me concederás estar Tú en mí, y yo en Ti; y permanecer así unidos eternamente?
Vemos ejemplos de personas enamoradas de Dios en la Biblia. Cuando Moisés se iba a la montaña del desierto para pasar tiempo orando con Dios, regresaba con su rostro radiante e iluminado. Una luz emanaba de toda su cabeza conforme bajaba del cerro para volver con su pueblo a darles las enseñanzas y mandamientos de Dios.
Exodo34,29 Cuando Moisés descendió del monte Sinaí, traía en sus manos las dos tablas de la *ley. Pero no sabía que, por haberle hablado el Señor, de su rostro salía un haz de luz.
Jesús mismo en el monte Tabor al hablar con su padre y los santos del cielo, quedó todo iluminado.
Mateo17, 1 Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan, el hermano de Jacobo, y los llevó aparte, a una montaña alta.
17, 2 Allí se transfiguró en presencia de ellos; su rostro resplandeció como el sol, y su ropa se volvió blanca como la luz.
17, 3 En esto, se les aparecieron Moisés y Elías conversando con Jesús.
Marcos1,35 Muy de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, Jesús se levantó, salió de la casa y se fue a un lugar solitario, donde se puso a orar.
Jesús se pasaba las noches en oración y a veces varios días como los 40 que pasó en el desierto. Tenemos otros pasajes en los evangelios como: Mateo 4, 1 ss; Lucas 6, 12; Mat. 14, 22-23; Juan 6, 15. 66; Lucas 9, 28-31; Juan 17; Mat. 26, 36–44.