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Misionerosdelamordedios.org

En todo el mundo y en diferentes iglesias celebramos el jueves santo, el jueves de la semana santa. Ese día o más bien esa tarde y noche cuando Jesús se preparaba para ser torturado, comenzando con la traición de uno de sus mejores amigos, para ser entregado a un juzgado hostil de personas importantes, personas con autoridad que querían matarlo buscabando cualquier pretexto fuera falso o verdadero.  Nosotros somos nuestro pasado; fincamos el presente basados en nuestras experiencias anteriores, en nuestras “verdades” adquiridas, convicciones, enseñanzas, religiones, cultura etc. Y desde esta realidad planeamos (si es que planeamos),  nuestro futuro.  Por eso cada año recordamos, revivimos, meditamos sobre lo que ha sido la acción de amor más inmensa en la historia de la humanidad. Jesús el mismo hijo de Dios no solo se hizo hombre sino que como nos dice la carta a Filipenses, se humilló, sufrió y sufrió hasta la peor de las muertes voluntariamente. Y ¿por qué lo hizo? Únicamente por amor, por un deseo inmenso de salvarnos y abrirnos las puertas del cielo para que una vez arrepentidos nosotros pudiéramos entrar a la gloria eterna. Al pagar Jesús por nuestras faltas puede rescatarnos de las manos del enemigo que nos posee por haberle hecho caso a él, por haber aceptado el pecado o los pecados.  En aquél jueves santo en Jerusalén todo parecía normal, hasta alegre y festivo; habían llegado miles de peregrinos del mundo contemporáneo para festejar las fiestas más importantes del año y de la religión judía. Celebraban la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud egipcia a manos de Moisés.  Todos parecían felices y festivos, todos menos Jesús. Él sabía lo que iba a pasar, ya comprendía cuál era su misión, y aunque sabía que era para un bien inmenso, la salvación de la humanidad, sin embargo lo iba a tener que hacer a través de la tortura más salvaje que se conocía en aquellos tiempos.  Mandó a sus discípulos a preparar un lugar (que llamamos el cenáculo) para celebrar lo que se acostumbraba, una cena con comidas especiales y austeras al estilo de la última cena en Egipto bajo la esclavitud. Una cena que indica que estamos de paso, que no se apeguen a lo que tienen porque ya está a la puerta la liberación; no se apeguen ni a su casa ni a sus cosas materiales porque vamos de paso hacia la tierra prometida, hacia la casa eterna, hacia la paz y la presencia de Dios. Dios nos ha liberado, nos da otra oportunidad, ha escuchado nuestras oraciones, se ha apiadado de nosotros.  Aprovechó Jesús para en esa cena hablar, explicar y demostrar el mandamiento del amor. Cómo el servir a los demás hasta en lavarles sus pies es amor verdadero, cómo el amor no es sentir bonito por alguien sino servirle aunque no sienta nada o aunque me cueste; cómo el amar es ofrecer su vida por otros sin pensar en sí mismo.  También en esa última cena nos celebró por primera vez la santa Misa, más correctamente llamada Eucaristía (palabra que significa Acción de gracias). Y mandó a sus discípulos y sus sucesores que siguieran celebrando la santa Eucaristía por todos los tiempos.  En esa última cena explicó cómo ya no deberían ofrecer a Dios corderos sacrificados en el templo para el perdón de los pecados, porque él era de ahora en adelante el Cordero pascual que sería ofrecido a Dios en cada Misa por ser no solo una ofrenda mejor para el perdón de nuestros pecados sino LA OFRENDA PERFECTA, darle al Padre a su mismo hijo en una ofrenda perdurable para toda la historia de la humanidad.