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A muchos se nos enseñó desde niños a seguir y obedecer a Dios por temor.

Igual que nos amenazaban con el “coco” que nos iba a llevar si no nos portábamos bien con nuestros padres, también nos decían de Dios cosas como: “Si te portas mal Dios te va a castigar, si no cumples con los mandamientos te irás al infierno, si faltas a Misa el domingo cometes pecado mortal y te condenarás, Dios está listo para castigarte en esta vida y en la otra etc.

Aunque casi siempre la intención de nuestros maestros de religión era buena, o sea, que no nos portáramos mal y que obedeciéramos a Dios, sin embargo estas amenazas lejos de acercarnos a Dios, nos hacía tenerle miedo.

Luego cuando uno crece y los ateos prácticos y teóricos te dicen como el diablo a Adán y Eva: “no se crean de esas enseñanzas de Dios”, “son mentiras”, los líderes religiosos nomás te quieren manipular para su interés (aunque es cierto que hay líderes interesados y malos, es mentira que todos o que la mayoría sean malos), otros te dicen: Dios ni siquiera existe, etc.

Entonces se presentaba como una tentación liberadora el dejar de creer o de buscar a ese “Dios castigador”, a ese Dios que me hacía la vida difícil y me hacía sentir mal de mi mismo porque siempre caía yo en algún pecado…

Fue así que la enseñanza del Dios castigador, el Dios de temor fue un tiro por la culata, o como dicen en inglés, “it backfired”.

Pero la pregunta fundamental es: Y el Dios que Jesús nos enseñó, ¿fue un Dios castigador? Y la respuesta obvia es: Absolutamente NO!

Jesús no nos miente diciendo que no existe el infierno y las consecuencias negativas al que escoge el egoísmo o el pecado, al contrario, nos advierte varias veces de no caer en él.

Pero Jesús vino a quitarles a los judíos esa misma enseñanza que ellos tenían y perpetuaban de un Dios castigador. Nos dijo Jesús que Dios es amor, y no solo eso, sino que quiere que le llamemos “Abba” que quiere decir Papi.  Nos dijo que Dios quiere nuestro bien y nuestra salvación.

Como decíamos: Jesús no anula ni rechaza la existencia del infierno y el sufrimiento como consecuencia de nuestros pecados, al contrario, nos dice que existe la condenación eterna, los males en esta vida y la separación de Dios. Pero nos aclara que no es porque Dios mande los castigos ni a nadie al infierno, sino porque nosotros mismos los escogemos. O sea. Dios nos ama y quiere nuestra salvación y bienestar pero no nos obliga a recibirlos. Al igual como lo hizo con Adán y Eva en esa bella parábola de la creación, Dios Padre nos deja libres para escoger hasta el pecado, el odio y el infierno. Y Él al igual que el Padre del hijo pródigo, se queda llorando cada que uno de sus hijos se va de la casa y escoge la perdición y la condenación.

En otras palabras. Dios es un Dios de amor pero de respeto y libertad también.

En la espiritualidad Carmelitana que seguimos y enseñamos en Misioneros del Amor de Dios, seguimos precisamente estas enseñanzas explicadas y aplicadas a la vida diaria por nuestras maestras las Santas Teresas. Nuestra relación con Dios tiene que ser real, diaria y presente. La relación con ese Padre celestial y su Hijo Jesús que nos aman, que nos ayudan, que no quieren que nos perdamos.  Es una relación que nos lleva a enamorarnos del amor, o sea de Dios mismo y a tratar de ser sus verdaderos discípulos obedeciéndole y fincando el Reino de Dios dentro y alrededor de nosotros mismos.

Recordemos las palabras de Jesús que nos dice: Juan14:23Jesús dijo: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos nuestra morada en él.

Este es un Dios de amor no de temor.