Cuando alguien de nuestro entorno evangélico «se iba al mundo», los líderes y pastores se encargaban de hacernos saber toda la decepción, condenación y castigo que conllevaba esa decisión. Sin embargo, sé que comparto con mucha gente la experiencia de que no sentíamos miedo ni decepción por esos que se iban al mundo, sino envidia: envidia de que ellos podían decidir ahora con libertad sobre sus vidas, y nosotros no.
De este delicado tema empiezo a hablar en esta serie de tres que comienza hoy.
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