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En Madrid vamos muy rápido y sin mirar. Este impulso nuestro está orillando a algunos vecinos que nos miran desde los meandros más tranquilos, quizá mortecinos, de la ciudad. En Madrid es más fácil no ver. Mi carta intenta mirar a los vecinos invisibles.

Madrid también tiene recodos, zonas de alivio. Rincones en los que entrar a descansar y verse la cara. El domingo desayunamos en Doble Uve y lo mejor fue el desfile cabezas coronadas de canas pidiendo el pan del día. Eso y las medialunas, esos croissants gorditos y duchados en almíbar.