Sí. Ese día existió. Hubo un día en el que mi voz se silenció, para mandarme un mensaje. Como si de la película de La Sirenita se tratase. A cambio de lo que yo creía en ese momento que era ser “humana”, le entregué mi voz a una bruja malvada. Esta no tenía patas de pulpo, ni dos anguilas fieles. Creo que tampoco se pintaba los labios, ni siquiera tenía rostro.
Pero sí recuerdo bien su nombre. Se llamaba “Estrés”.