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En ocasiones, el fracaso parece marcar un final… pero en la historia de Dios, el fracaso nunca tiene la última palabra. Este episodio nos lleva desde la caída de Saúl —el rey elegido por el pueblo pero desechado por su desobediencia— hasta el surgimiento de David, el hombre conforme al corazón de Dios, en quien el Señor depositó la promesa de un linaje que culminaría en Cristo, el Salvador del mundo.

A través del relato de 1º Samuel 16, somos confrontados con una verdad esencial: Dios no detiene su propósito por el error de un hombre. Cuando uno se aparta, Él levanta a otro. Cuando un camino se cierra, Él abre uno nuevo. La desobediencia de Saúl se convierte en el escenario donde resplandece la fidelidad de Dios, quien sigue obrando, incluso entre lágrimas y ruinas humanas, para cumplir su plan eterno de redención.

El mensaje nos recuerda que la obediencia vale más que el sacrificio; que la religión sin relación es solo ruido; y que la verdadera fe consiste en escuchar la voz de Dios y seguir su dirección, aunque no entendamos el cómo ni el cuándo. Porque Él sigue diciendo: “Llénate de mi Espíritu y ven, porque yo te enviaré”.

“Un linaje para salvación” es una invitación a mirar más allá del fracaso, a dejar de llorar por lo que fue y disponerse a lo que viene. Dios no busca perfección, sino corazones dispuestos. Y cuando obedecemos, descubrimos que su plan sigue en marcha… con o sin nosotros, pero siempre para bien.