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Habían transcurrido unos 22 años desde que los hermanos de José lo habían vendido para Egipto. José había sufrido muchas pruebas, incluso lo habían acusado falsamente y lo habían encarcelado. Cuando por fin volvió a ver a sus hermanos, José era señor de toda la tierra de Egipto y solo el Faraón lo superaba en autoridad. Podría haberse vengado de ellos con facilidad y, teniendo en cuenta lo que le habían hecho a él, sería aparentemente comprensible. Sin embargo, José perdonó a sus hermanos. No solo eso, sino que también los ayudó a ver el propósito divino de su sufrimiento. “Dios lo encaminó a bien” (Génesis 50:20), les dijo, ya que lo colocó en posición de salvar a “toda la casa de su padre” (Génesis 47:12) de la hambruna.  En muchos sentidos, la vida de José se asemeja a la de Jesucristo. A pesar de que nuestros pecados le causaron gran sufrimiento, el Salvador nos ofrece el perdón y nos libera a todos de una fatalidad mucho peor que el hambre. Ya sea que necesitemos recibir el perdón o perdonar —en algún momento, todos tenemos que hacer ambas cosas—, el ejemplo de José nos señala al Salvador, la verdadera fuente de sanación y reconciliación.