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El “último poeta maldito de Italia”, Eros Alesi  (1951, Lacio - 1971 Roma) quien “se aferró al clavo ardiente de la droga”, su historia podría ser la de cualquier junkie predestinado a zigzaguear por los bordes de la conciencia alterada y los límites de la razón. Así que la única diferencia que tenía él de los cientos de adictos de su época fue una libreta repleta de poesía, que escribió durante el embrujo que vivió por las adicciones duras. Alesi no murió bajó los efectos y el abuso de cocteles letales de drogas y alcohol, sino que en ese estado se lanzó de un altísimo muro, en un suicidio-performance-poético llevado hasta las últimas consecuencias, acto que resultó prematuro para su tiempo y su muerte no significó más que el deceso de un vagabundo cualquiera.

El ensayista y traductor Hiram Barrios conoció de Alesi en sus años de estudiante. Comenzó a traducirlo a manera de ejercicio de lectura cuando estaba aprendiendo italiano. Recuerda que al leer Mamá morfina, le impactó la belleza y crudeza del poema. Fue uno de los primeros escritores que tradujo, señala, después el interés creció y de esa manera comenzó a rastrear la estela de este artista maldito. Se trata de textos que nos atrapan en el periplo que Alesi vivió en Europa, sin pertenencia o dinero alguno en los bolsillos, salvo los poemas que escribía sobre cualquier pedazo de papel. El 31 de enero de 1971, aparece su cuerpo en las ruinas del Muro Torto, en Roma. Llegó hasta los 19 años. En sus ropas había firmado un manifiesto determinante, una bella oda al suicidio.

Antes de morir, apunta Barrios, Alesi había viajado por Italia, Grecia, Turquía, Pakistán y la India. Como muchos de su generación, emprendió el viaje hacia ese paraíso milenario no contaminado por occidente. Fue un viaje de liberación y autoconocimiento. Lo apodaban  El Pastilla, por su gusto por los barbitúricos, y era conocido por su atractivo físico, la jovialidad de su rostro, de una belleza un tanto femenil, que le fue de mucha ayuda para no morir de hambre, sin dinero y en un país desconocido. Pero dicha travesía devino en tormento. Tuvo que robar, engañar y agredir para mantenerse. A su regreso, los pinchazos de opio, las anfetaminas y las pastillas surtieron efecto: la paranoia lo llevó a la rehabilitación. Pero al mes de estar en Boloña, al cuidado del siquiatra Luigi Cancrini, aceptó su dependencia a mamá morfina, que su casa era la calle, de esa manera signaba su destino.

Tras salir de Boloña regresó a Roma, a las cuevas del Pincio, a espaldas del Muro Torto. La mayoría de poemas que se conservan pertenecen a los últimos días de su vida. Alesi dejó poemas en varios cuadernos que guardaba en dichas cuevas, o que regalaba a sus amigos. Tras su muerte, poemas como Querido padre o Mamá Morfina circularon de mano en mano. La comuna de Milán, donde vivió algunos meses, imprimió sus poemas y las repartió en las plazas y parques como un homenaje al poeta. Dos años después de su muerte se le rinde culto en una revista de renombre. Algunos de sus poemas, desde entonces, comienzan a incluirse en distintas antologías.

Héctor Baca, Excélsior

Créditos de música y efectos ambientales:

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