Los que se alejan de Omelas o el precio invisible de la felicidad.
Relato que describe una ciudad perfecta: luminosa, libre, feliz. Pero esa felicidad tiene un costo —un niño encerrado, miserable, olvidado en un sótano— y todos lo saben.
Le Guin no acusa, no explica: sólo muestra. Y uno entiende que Omelas es cualquier sociedad que necesita víctimas para sostener su bienestar. Que quizás el lujo, la estabilidad, la paz, se pagan siempre con una forma de crueldad que preferimos no mirar.
La autora, una de las grandes maestras de la ciencia ficción y la ética imaginaria, nos deja una pregunta que quema:
¿Quién de nosotros se atrevería a alejarse de Omelas?
Ursula K. Le Guin (1929–2018) fue mucho más que una narradora de mundos fantásticos: fue una pensadora moral que usó la imaginación como herramienta de resistencia. En su literatura, lo imposible sirve para mirar de frente lo real.
Hija de antropólogos, y eso lo explica todo: creció mirando a los humanos como si fueran una tribu que merecía ser comprendida. Escribió más de veinte novelas, decenas de cuentos y ensayos donde la fantasía, la ciencia ficción y la filosofía se dan la mano.
Pero Le Guin no escribía sobre dragones o planetas por evasión, sino por revelación: usaba lo imaginario para hablar del poder, del género, de la ética, del lenguaje y del miedo. En La mano izquierda de la oscuridad inventó una civilización sin sexo fijo; en Los desposeídos* un anarquismo posible; y en Los que se alejan de Omelas, la parábola más perturbadora sobre el costo de la felicidad.
Fue una mujer que se negó a escribir como se esperaba que una mujer escribiera. Su estilo es limpio, sabio y ferozmente humano.
Le Guin nos enseñó que la verdadera revolución empieza por la imaginación.
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