La charla estaba
hermosa. Acalorados, discutiendo sobre qué angustiaría a los cavernícolas y si
sería el mismo nivel de angustia que el del hombre de hoy.
¿Una boludez
discutir por eso?
¡De ninguna
manera!
Acalorarse por ideas
que te hacen sentir adentro de la condición humana, es maravilloso.
Por supuesto, si
el tema de la charla incluye los mismos tópicos de siempre,
(qué rico todo, qué
caro todo, las noticias del día y viste quien se separó),
nadie se acalora
y parece que todos pensamos lo mismo. Falso.
Justo que mi
amigo “el romántico”, el que sostiene que existen diferencias entre hacer el
amor y tener sexo, justo que planteaba el crucial interrogante sobre si los
cavernícolas tendrían sexo o harían el amor, una de las mujeres, profesional,
académica, auto sustentada y empoderada, se levantó a lavar los platos.
¡Uy, cómo me
molesta, eso!
¿Yo digo, no se
pueden lavar mañana?
¡Que no! Saltaron
todes. Que la grasa se pega, que es un ratito, que es horrible ver los platos sucios
a la mañana.
Te juro que la
próxima vez que, en una reunión, alguien se levante de la mesa para lavar los
platos, yo me voy a ir a limpiar los vidrios del auto.
Si no entienden
la diferencia entre lo urgente y lo importante, yo tampoco.
Pero bue. Tranquilo.
Lo que te enoja te domina, me dije.
Me quedé hablando
solo, tratando de argumentar que hoy nos angustiamos por muchísimas cosas más y
más sutiles y más tontas, que aquel hombre que, de a poquito, se iba pareciendo
menos a los monos.
Ok. Comida, sexo
y techo siguen ocupando el podio de las cosas que, si no las tenés, te
angustian. Lo bueno y lo malo de la evolución está en cada uno de nosotros.
Hoy, a la mañana,
pensaba: aquella mujer de las cavernas que se quedaría cuidando las crías y
alisando cueros y apaleando carne de mamut, es muy probable que se levantara a
lavar los cacharros mientras los hombres contaban hazañas.
¿Nada nuevo bajo
el sol? Puede ser, pero me resisto a pensar así.