Una imagen maravillosa: padre haciéndole el aguante a su hijo treintañero que anda con el corazón “roto”.
Yo me les siento de prepo en la mesa y pido un cortadito chico sin saber de qué iba la charla. (Es que me sonrieron y me saludaron. Cómo iba a saber!)
A los tres minutos, los dos “hombres vividos” ya estábamos sumergidos en una gran cacerola haciendo un guiso de frases hechas que alguna vez nos sirvieron.
El pibe, con una sonrisita tristona, mirando a uno y a otro y pensando vaya uno a saber en qué.
Romper o seguir, esperar o huir, conceder o “morir con las botas puestas”.
El amor que parece la única razón para estar levantado.
El amor que no alcanza.
El amor que se batalla.
El amor que siempre se agota.
Y lo peor de lo peor, el amor que, más temprano que tarde, ya no molesta más en las tripas. El amor que se olvida.
Cómo hacerle entender al pibe que eso va a pasar?
Me fui pensando si, entre tanta “sarasa”, le había dicho lo que realmente me ha hecho ver la vida de otra manera y que, lamentablemente, lo aprendí de veterano. Por si le sirve.
(Creo que lo dije. No me acuerdo. Con mi amigo no hacíamos otra cosa que interrumpirnos).
Lo que aprendí, tarde, es que el cerebro trabaja de cerebro. Como el riñon de riñon y el ojo de ojo.
Y que saber detener al cerebro y decirle: ok, vos querés que pensemos en ella. De acuerdo, pero ahora no. Ahora ya no estamos juntos. Ahora ya no hay nada que agregar. Ahora voy a pensar en lo que quiera, en cualquier cosa o en nada.
Detener a ese “mono picado por avispas”, como le dicen los budistas a la mente, es muy útil y muy aliviador. Hay técnicas.
También confirmé mi teoría de que en lo emocional, no se aprende nada y que las experiencias amorosas no son aprendizajes, son simples anécdotas.
(Si nos sacábamos una selfie con filtro, éramos tres pibes hablando de males de amor).
#desamor
#detenerlamente
#hombresvividos