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Ayer fui al médico para descartar algo grave de
lo que no parecía grave pero, uno nunca sabe y mucho menos cuando sos un
poquito hipocondríaco.

 (“No soy
hipocondríaco pero siempre que me pasa algo pienso que es el fin”, dice Woody
Allen)

 

Cuando entré al hospital me acordé de todo lo que
me había olvidado.

Tuve mi tiempo de niño enfermo. Como tantos.

Todos tenemos un tiempo de hospitales, en esta
vida. Por uno o por los demás.

 

Se me vino a la cabeza toda la película, la
memoria emotiva que le dicen, y me vi de la mano de mi madre yendo de un lado
para otro, de un médico a otro, y a un laboratorio con la gomita esa que
estrangula el brazo  y al radiólogo, y a
retirar los resultados y volver al médico y autorizar la órden y después a la
farmacia y las salas de espera con la gente con esa cara de sala de espera.

 

El beneficio de ser llevado de la mano de tu
madre es que te permite ir mirando otra cosa. Ir pensando en lo que quieras. Y
yo pensaba: toda esta gente va y viene por las mismas veredas; sube y baja de
los mismos ómnibus, cruza las mismas calles, pasa por al lado de nosotros pero no
nos ve porque son la ciudad sana que convive con la ciudad de los enfermos, en
espacio y tiempo, pero no la ve.

 

Círculos concéntricos. Universos paralelos pero de
verdad.

 

Parece ser que a las gentes nos importa solamente
lo que nos pasa en el círculo en el que nos toca estar. Y que tener que
transitar, alguna vez, de un círculo a otro, sería lo que te hace valorar lo
importante y debería activar un poquito la empatía.

 

Ahí sí te das cuenta de que nunca habías notado
que, pegado al café de siempre, había una ortopedia y que el que te estaciona
en el puente es el bioquímico de al lado.

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#indiferencia

#empatia

#niñosenfermos

#amormaterno

#miradasinfantiles

#woodyallenhipocondriacos