Parece una
coincidencia insignificante o, a lo mejor, es una coincidencia insignificante,
pero las dos personas más amadas y odiadas a la vez, que llegaron a la
presidencia de la Nación Argentina, tenían al padre colectivero.
Puede ser,
pienso, que el hecho de escuchar, en la mesa familiar, tanta terminología
específica acerca del oficio de estos padres, los haya marcado.
Si te fijás, esa
terminología está en el lenguaje de estos políticos.
Conducción,
manejo, gente a su cargo, pegar un volantazo, frenar al borde del abismo, bajar
un cambio, acelerar, llegar a destino, desacelerar y seguro que se te están
ocurriendo las que a mí no se me ocurren, ahora.
De chico, me
angustiaba saber que ese tipo que me llevaba hasta la escuela, ya había pasado
un par de veces por mi parada y lo iba a volver a encontrar pasado el mediodía.
Era, para mí, el
sumun de la monotonía. El trabajo más terrible que podía existir. Solamente
comparable con los que hacen las rayitas en esas rutas interminables.
Después te das
cuenta de que todo lo que hagas en la vida también se puede volver rutina y
tedio.
Los colectiveros aprenden
a no sentir culpa por los que no pueden pagar el viaje, ni por los que llegaron
un par de segundos después, ni por los que no pudieron subir porque ya no hay
más lugar.
Los colectiveros
saben que no pueden salirse del recorrido, ni proponerles a los pasajeros un
día de paseo en esa hermosa mañana, en vez de llevarlos a sus trabajos y
después traerlos cansados y amargados.
Los colectiveros
llegan a su casa y no tienen nada nuevo que contar, salvo alguna que otra desgracia
ocasional. Esas de todos los días.
Los hijos de los
colectiveros pueden llegar a Presidentes de una Nación y eso es la democracia y
eso es muy bueno.
Lo que no me
convence demasiado, es que hagan siempre el mismo recorrido para llevarnos siempre
al mismo lugar.
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#elpadredecristinaeracolectivero
#elpadredemileieracolectivero
#trabajosmonotonos
#monotonia
#tedio