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Escuché que le
hace muy bien a los ojos, a la vista, digamos, mirar lejos.

Todo el tiempo
con pantallas y pantallitas no sería bueno.

 

Igual, de
siempre, me encanta, bien de noche, mirar al cielo.

¡Eso es mirar
lejos! ¿No?

 

Para darle un
toque existencial, hay que mirar tratando de superar ese telón negro lleno de puntitos
brillantes y pensar que no es algo plano, que unos están más lejos y otros más
cerca.

 

Pero bué, cada
uno mira al cielo con lo que tiene adentro.

 

Unos pensaran que,
en algún momento, van a estar ahí, cuando se mueran, sólo si se han portado
bien. Y que sus seres queridos los miran desde el cielo, mientras esquivan los
satélites de Elon Musk.

 

Otros pensarán
que el universo les está resolviendo los problemas de mañana mientras les
prepara un gran plan para pasado mañana.

 

Alguno verá una
estrella fugaz y le pedirá un deseo, aunque estadísticamente, tengan el mismo
índice de incumplimiento que las cadenas de oración.

 

Pero otros, sin
pensar a qué divinidad le están toqueteando el plan, miran al cielo con
aparatos y hacen cálculos gigantescos y trabajan para descubrir, con tiempo
suficiente, si se nos viene encima el cascotaso final.

 

 

Ayer, leí una
nota sobre la primera experiencia que se hizo, para chocar y desviar asteroides
con sondas kamikazes. Desde la NASA lanzaron la misión DART, que es la sigla de
un plan de redireccionamiento de asteroides. Parece que fue un éxito. Le
pegaron y lo desviaron. No sólo eso. Antes del impacto, se desprendió una
valijita del satélite, se abrió, salió una antena y transmitió en vivo.

¡Qué cerebritos,
madre mía!

¡Sigan mirando
lejos, científiques, no se distraigan!

 

Es que estamos en
una galaxia con miles de estrellas y hay billones de galaxias más y vamos
viajando, a los “santos pedos”, en un cascotito que en cualquier momento se
“estrola” y, encima, el universo ni se va a enterar.

 

(Pensar eso puede
angustiar un poquito y hasta puede marearte. Ok. También escuché que puede ser
por las cervicales.)