“Según nuestras investigaciones, un 61%
de las personas prioriza tener experiencias por sobre la adquisición de bienes”.
Con el “según nuestras
investigaciones…” te zampan una consigna totalmente sesgada por los que
pagan la nota, esto es, aerolíneas, hotelería, gastronomía y afines.
Le bajan el precio a la idea de experiencia, la reducen al
turismo, y te marcan las prioridades.
No sé muy bien quién
es el que va cargando de nuevos significados a las palabras. Me parece que es, sencillamente,
la vida.
De chico, “experiencia” me quería decir que alguien tenía un
conocimiento acumulado de algo. Era útil. Lo aplicaba. Lo tenía sólo la gente
grande, obvio.
Simultáneamente, Bonavena me clavaba la duda con eso de que
“la experiencia era el peine que te dan cuando te quedás pelado”.
Esto es, de útil a inútil, en dos minutos.
Ok. La palabra experiencia adelante de plomero , cirujano o
tarotista, es lo que te ayuda a definir la elección.
Puede ser, también, que volar por primera vez sea toda una
experiencia.
O probar cerebro crudo de mono.
Pero en las relaciones humanas, tu experiencia acumulada con
humanos, aporta algo?
O levanta una muralla
que tenés que voltear, ladrillo por ladrillo, si es que querés dejar que ese
humano entre en tu mundo.
Cada relación nueva empieza de cero?
No! La puta experiencia no deja bajar la guardia hasta no sé
que round.
“Si yo pudiera como ayer, querer sin presentir”, dice el
tango.
Me parece que una nueva manera de encarar asertivamente a
esas “casi siempre raras experiencias con nuevos humanos” es posible.
Se podría lograr con un pequeño cambio de verbos.
Si usáramos el “estamos”
en lugar del “somos”, podríamos llegar a confundir, por un rato, a las
emociones pasadas.
– Qué somos?– dice ella.
– No lo sé. – dice él – Hoy estamos, que no es poco.
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