“Seis honrados
servidores
me enseñaron lo
que sé
Son sus
nombres
Cómo, cuándo,
Dónde,
qué, quién y por
qué”.
Maravilloso
versito ese, para aprender los adverbios.
Porque hay
algunas buenas cosas que aprendimos en la infancia y que se te quedan en el
cabeza, haciendo su trabajo, toda la vida.
Dicen que filosofamos
cuando dudamos, cuando nos preguntamos por todo, todo el tiempo.
Por supuesto, no
querer saber, también es una manera eficaz de pilotear la vida y cada uno la
pilotea como puede.
Me encanta esa
historia del niño que le pregunta al sabio chino, por qué, si el mundo está
suspendido en el vacío, no se cae.
–
Porque
está apoyado en el caparazón de una tortuga, dice el sabio
–
¿Y
por qué no se cae la tortuga?
–
Porque
está parada sobre cuatro elefantes
–
¿Y
por qué no se caen los elefantes? – dice el niño
–
¡Porque
no! – le dice el sabio.
Ok. Hay un punto
en el que no tiene ningún sentido obsesionarse en tener la respuesta. Con hacerse las preguntas, alcanza.
Yo me pregunto
cosas que bien podrían tener como respuesta un “y a vos que te importa”. Por
eso me las pregunto yo solito y calladito.
Por ejemplo…
¿Por qué usan
sombreros o gorras cuando están bajo techo?
¿Por qué se
tatúan por todo el cuerpo, como si fueran el Hombre ilustrado de Bradbury?
¿Por qué se van
de vacaciones siempre al mismo lugar?
¿Por qué se quejan
y sobreactúan un enojo por lo que no les pasa?
¿Por qué se hacen
una operación tremenda para comer menos si bastaría con comer menos?
¿Por qué se
endeudan 15 años por una noche de cumpleaños de 15?
Y tanta otra cosa
que hacemos, sin preguntarnos por qué las hacemos.
Decir “porque sí”
o “porque todos los hacen” o “porque está de moda” es válido, pero bastante pobre,
para ser homo sapiens.
Ahora que me
acuerdo, había otro sabio versito de la infancia que decía
“Se está poniendo
de moda,
tirar boludos al
mar
Y yo, que soy
precavido
voy aprendiendo a
nadar”.